Elementos para una TEORÍA DEL ENTUSIASMO

La cara oculta de RAYUELA. Por Jorge Fraga

22 de mayo de 2016

«Rayuela» y Gurdjieff (1)

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Una errata con transfondo
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Gurdjieff aparece mentado en el capítulo 65 de Rayuela, en la «ficha» que identifica a Ossip Gregorovius como miembro del Club de la Serpiente. Tras exponer las distintas identidades que éste último, según el alcohol que haya ingerido, otorga a su propia madre, el capítulo termina con esta frase:
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De manera inexplicable los testigos han notado que estas sucesivas (o simultáneas) versiones de la tercera madre van siempre acompañadas de referencias a Gurdiaeff, a quien Gregorovius admira y detesta pendularmente
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Ésta es la única vez que se alude al fundador del Cuarto Camino en todo el libro. Lo cual, mirándolo bien, no es ni mucho ni poco: también a Keats se le menciona una sola vez, aunque Cortázar le tenga como uno de sus poetas de referencia; e igualmente Chaplin aparece en una única ocasión, pero a éste último no cabe relacionarlo de un modo especial con el autor del libro. Es obvio que la lógica de las citas en Rayuela no sigue un criterio cuantitativo.
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La pregunta, entonces, sería: ¿qué clase de vínculo podemos establecer entre Cortázar y Gurdjieff? ¿Sería semejante al que ostenta con Keats, o es más bien intrascendente, como en el caso de Chaplin? A juzgar por la documentación existente, la segunda opción parece la más acertada: esa mención no es tan solo única en el contexto de Rayuela, sino también en el conjunto de la producción de nuestro escritor. El maestro armenio no aparece en ninguna otra obra del autor argentino; tampoco se lo menciona en sus entrevistas o en la correspondencia, y ninguna obra suya o relacionada con sus enseñanzas figura en el catálogo de la Biblioteca Cortázar. Nada por aquí, nada por allá: su aparición en el capítulo 65, anclada en el vacío, parece cosa de magia.
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Sin embargo, tenemos esa errata. Curioso: «Gurdiaeff», en vez de Gurdjieff. Cortázar, el detallista y minucioso Cortázar, enemigo acérrimo de las erratas allá donde las hubiera, con mayor encono si cabe cuando se trata de sus propias obras, no sólo cometió una en Rayuela, sino que no se preocupó en corregirla en las sucesivas ediciones del libro. En este sentido, no hay otro caso parecido en Rayuela ni en ninguna otra obra del autor. Y no se puede decir que pase desapercibida: no sólo se escatima ahí una j, lo cual siempre se podría adjudicar a un descuido, sino que también se añade una vistosa a, del todo injustificable, que no encaja para nada en la fonética del apellido. ¿De dónde sacaría Cortázar tal ortografía para este nombre? ¿Quiere ser tal vez la transcripción del modo peculiar en que Gregorovius, toda vez impregnado de alcohol, lo pronunciaba? ¿O se trata de un simple error, debido quizás a ese mismo desconocimiento del individuo por parte de Cortázar, que vemos confirmado por la ausencia de alusiones al mismo en el resto de sus obras?
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En cualquier caso, ¿merece la pena detenerse en ello? Para la visión común de Rayuela, el asunto acepta una sola categoría: la de mera anécdota. Esa errata no interfiere para nada con la comprensión común de la obra. Es cierto que Rayuela tiene una fuerte impronta metafísica, lo que justifica plenamente una mención a Gurdjieff, tal como encajan también las referencias, igualmente únicas y sin mayor trascendencia, a Fulcanelli y a M. Blavatsky. Y si hay errata, la culpa tal vez debería atribuirse al propio Gurdjieff, por detentar un apellido tan extraño.
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Para la Teoría del Entusiasmo, el caso es muy distinto: diametralmente distinto, de hecho. En esta otra perspectiva, esa errata es como una rendija por la que se cuela una luz radiante; como una puerta que nos conduce a un jardín secreto. Para la Teoría, Cortázar no sacó esa ortografía errónea de ningún lado más allá de su intención deliberada. En otras palabras: está hecha a posta. Esa errata es para nosotros un guiño, una indicación pensada para el lector activo, a quién Cortázar supone enterado de las enseñanzas del fundador del Cuarto Camino. Sí, ya sé: dicho así, sin más, esto huele a sobreinterpretación, incluso a paranoia. Pero desde nuestro punto de vista, no puede ser casualidad que nuestro escritor marrase única y exclusivamente en el nombre de quien justamente difunde el uso deliberado de errores en el arte, con un propósito determinado. Así está escrito en el capítulo 30, Libro Segundo, de los Relatos de Belcebú a su nieto:
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»En todas las obras que creemos intencionalmente según los principios de esta ley, con el fin de transmitir los conocimientos a las generaciones venideras, insertaremos deliberadamente ciertas inexactitudes, también de acuerdo con leyes, y es en esas inexactitudes donde depositaremos, con los medios de que dispongamos, el contenido de uno u otro de los verdaderos conocimientos que posee el hombre en la actualidad
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Y no puede ser casualidad, repito, porque una vez traspasada esta puerta, Gurdjieff se va a mostrar como una referencia de enorme importancia para Rayuela. Una referencia cuya transcendencia solo puede compararse con la que adquiere otro autor cuya aparición en Rayuela, por cierto, es todavía más escueta que la del propio Maestro de Danzas, pues ni siquiera llega a escribirse su nombre, dejando toda ilación con el mismo cifrada exclusivamente en el concepto de «la tierra de Hurqalyâ». Pero reservemos para más adelante este otro autor, del que por otra parte ya se ha hablado con cierta abundancia en este blog, y centrémonos nuevamente en la figura de Gurdjieff.
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Decía más arriba que la mención al fundador del Cuarto Camino no tiene relevancia para la visión común de Rayuela. Esto es debido, en el fondo, a que esta visión no reconoce la existencia de elementos ocultos en el texto del libro. Permítanme reiterar aquí, por enésima vez, las principales diferencias entre la visión común de la obra y la que defiende la Teoría del Entusiasmo:
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Rayuela, dice su autor, es sobre todo dos libros. Para la visión común, esto se traduce siempre como dos novelas: una, más corta, que se lee de corrido, y otra, que añade un buen número de capítulos extra, y que se lee de forma salteada. Tanto en una como en otra el argumento se basa en las peripecias de Horacio Oliveira por París y Buenos Aires, narradas en modo literal y al estilo de una suite, es decir, respetando el continuum espacio-temporal. En ese contexto, insisto, no tiene ningún sentido considerar la errata del capítulo 65 como un error deliberado, del mismo modo que no tiene sentido hablar de un «conocimiento verdadero» sobre Rayuela
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En cambio, para la Teoría del Entusiasmo, los dos libros a los que alude el Tablero de Dirección son, por un lado, una novela, formada por la versión corrida, y por el otro, un libro insólito, que únicamente coincide con la versión salteada del texto. Este libro insólito no aparece ante los ojos del lector de novelas, pues se halla oculto tras las peripecias de Horacio, que aquí son en realidad metáforas. A través suyo el libro narra de forma repetida un mismo episodio, cierta experiencia vivida por Cortázar en su intimidad, y se estructura en la forma de tema con variaciones. A este libro oculto –que Cortázar denomina Disculibro, y yo «Rayuela insólito»– se llega exclusivamente por un cambio en la mirada del lector, un desplazamiento–desaforo–descentramiento–descubrimiento de su conciencia (en la Teoría, ese expediente cognitivo se unifica bajo el concepto de entusiasmo), en un trance en gran medida equivalente al que Cortázar atravesó al escribirlo (para un mayor despliegue de estas ideas, me remito al Índice de Artículos de este blog; y a este artículo en concreto «¿Acaso Cortázar no lo dijo?»– como introducción general a la Teoría).
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En este otro esquema sí tiene sentido tomar la errata del capitulo 65 como un error deliberado, en el mismo sentido y con el mismo propósito que Gurdjieff adjudica en su libro a ese procedimiento: es decir, con el fin de transmitir un conocimiento verdadero. Pues esa errata es un indicio que conduce a las estructuras ocultas de Rayuela, y estas estructuras constituyen un «conocimiento más verdadero» del libro que el que aporta su lectura como novela. En contraste con su migrada presencia en la novela, Gurdjieff adquiere un peso fundamental en el Rayuela insólito; y el error en la transcripción de su apellido sirve no sólo para atraer la atención hacia el maestro armenio, sino que al mismo tiempo nos sitúa de forma sutil pero precisa en pleno capítulo 30 del Belcebú, justo donde se exponen las ideas sobre el arte. Y hay una razón de peso para ello: el proyecto de Rayuela, tal como se lo entiende desde la Teoría, se nutre de forma muy sustancial con esas mismas ideas.
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De hecho, tal como argumentaremos más adelante, las ideas de Gurdjieff sobre el arte deberán ser consideradas como una causa formal para el proyecto de Rayuela. La lectura del Belcebú, y seguramente de los Fragmentos de una enseñanza desconocida de Ouspensky, fueron con gran probabilidad coetáneas a la concepción misma del mayor libro de Cortázar. Me atrevo a decir que Rayuela, sin estas lecturas, no hubiera existido, o quizá sería otra cosa muy distinta, y también con mucho menos valor. Precisamente de esas lecturas surgió la misma idea de escribir un libro oculto, un libro entero sustraído a la mirada ordinaria, de acuerdo con ciertas leyes, y con el propósito de generar un cambio en el nivel de conciencia del lector. Voy a repetirlo, pues una idea de tanta importancia merece todo el énfasis que uno pueda ponerle, y voy a agregarle ahora un matiz, que ya desarrollaré en otra ocasión: las ideas de Gurdjieff sobre el arte son por lo menos, al cincuenta por ciento  la principal causa formal de Rayuela
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Así pues, siempre según mis cábalas, el ocultamiento formó parte de este proyecto cortazariano desde su mismo comienzo: o mejor dicho, es su mismo comienzo. Y esta es la razón por la cual no aparece alusión alguna a Gurdjieff, ni a Ouspensky, ni al Cuarto Camino, ni a los Legominismos, ni a las Danzas Sagradas, ni a nada relacionado mínimamente con el autor del Belcebú, en ningún documento proveniente de Cortázar. Éste último decidió dejarnos tan solo esa mención con errata del capítulo 65, prácticamente como único pasaje al jardín secreto (aunque ojo, no nos confundamos: hay otros jardines secretos en Rayuela, cada uno con su propio pasaje). Más allá de esto debe hablarse de un escamoteo deliberado y sistemático por su parte: cabe pensar que una mayor referencia a ese bagaje conceptual y terminológico corría el riesgo de convertirse en  un atajo por el que el lector activo se ahorrase parte de un camino que, en realidad, debía recorrer en su totalidad y por sus propios medios. Si alguien, si «un cierto y remoto lector» llegaba hasta el Rayuela insólito, sería únicamente a través del entusiasmo: esto constituye una premisa sine qua non, subyacente a todo el proyecto.
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Un único pasaje, he dicho; pero subrayo: prácticamente. Este adverbio, como sabe cualquier usuario de nuestro idioma, tiene el valor de un «casi». Y es que a pesar de todo lo dicho más arriba sí resulta posible detectar otra referencia a las enseñanzas de Gurdjieff en otro documento de Cortázar; aunque sea, casi, como un acertijo. Se trata, como no podía ser de otra manera, de un documento estrechamente relacionado con Rayuela: el Cuaderno de Bitácora. Antes de penetrar más a fondo en una investigación sobre las conexiones existentes entre los dos autores, vamos a trabajar, en la próxima entrega de esta serie, sobre esta otra referencia, que constituye una segunda rendija o puerta que conduce exactamente al mismo jardín, y en la que nadie, por lo que yo sé, ha reparado hasta ahora.
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Esto es todo por hoy. Les dejo con el anuncio de esta otra puerta, con la esperanza de que antes de mi vuelta, dentro de un mes justo, alguno de ustedes quiera emprender la búsqueda de ese otro pasaje y compartir conmigo su descubrimiento.
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